lunes, 31 de mayo de 2010

En el baño

Cuando entré al baño, lo vi. Estaba sentado en uno de los reservados, la puerta a medio cerrar, los pantalones en el tobillo y la camiseta enrollada sobre su abdomen liso y bien formado. A primera vista le calculé no más de 19 años; su mano izquierda movía lenta y cadenciosamente un guevo normal, aunque un poco grueso, en completa erección. Él me vio también. No hizo el menor intento por cubrir lo que hacía. Retiró la mano del guevo, la mojó en saliva y apuró un poco los movimientos. Me acerqué a verlo mejor; entonces pareció animarlo la idea de tener un espectador. Suavemente empezó a frotarse el machete, subiéndolo y bajándolo con toda lentitud, mientras descubría la abundante piel que cubría la cabeza, roja y brotada como un hongo
Entré al reservado, cerré la puerta y bajé mi pantalón para acompañarlo en su tarea. Eso pareció excitarlo más. Él se levantó, se acercó a mí, me agarró las nalgas con sus manos y me dio vuelta. Yo estaba tan impresionado con lo que pasaba, que respondía como autómata. Vi como sacó un condón de su bolsillo y con destreza se lo ponía, embadurnado con saliva todo el rico aparato que empezaba a gustarme mucho. Con el condón puesto, me abrió las piernas dándome un par de suaves golpecitos con sus pies y me señaló la pared para que me sujetara. Abrió mi orificio con sus dedos, escupió en mi hueco y con un eficiente movimiento, empezó a meterme cada centímetro de su durísimo guevo.
Me quejé, pues sentí un poco de dolor, y él me puso suavemente la mano que tenía libre sobre mi boca. Me agarró con la otra mano por la cadera y comenzó a bombear despacio. No hacia ningún sonido. A medida que me ponía cómodo, comencé a mover mis caderas en circulo, mientras él continuaba tapándome la boca con su mano derecha y sosteniendome la cadera con la izquierda. De pronto, retiró la mano que tenía en mi boca, me sujetó fuertemente con ambas manos y aumento la velocidad y furor de la embestida.
Creo que fue después de unos 15 empujones que sentí como se metía muy fuertemente dentro de mí y apretaba mis nalgas, que yo tenía bastante apretadas gracias a las contracciones de un rico orgasmo anal. Entonces hizo un largo sonido, como de alivio y empujó por ultima vez y con todas sus fuerzas, su rico guevo dentro de mí. En ese momento, acabé yo también sin haberme tocado y un temblor incontenible me recorrió el cuerpo. El se me echó encima. Me cubrió acariciándome y cuando estuvo seguro de que ya no temblaba más, sacó su guevo, botó el condón en la papelera, se vistió y salió. Antes de cerrar la puerta de nuevo, me miró a los ojos, sonrió ampliamente y se despidió,
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